En la entrada de hoy, buscando un mínimo de variedad en temáticas, abordaremos el realismo sucio, un movimiento literario que tiene origen en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX y que pretende básicamente reducir la narración a sus elementos fundamentales.
Pese a derivar del minimalismo (con el que comparte la tendencia a la sobriedad, la precisión o la parquedad en el uso de la palabras) cuenta con algunas características propias como la superficialidad y la concisión a la hora de explicar situaciones o personajes, así como la nula aparición de adverbios o adjetivos, ya que es el contexto el que dota de información.
El personaje típico del movimiento es el ser humano en su mínima expresión, como ser vulgar y corriente que lleva una vida normal y convencional.
Algunos de los representantes más conocidos del realismo sucio son Charles Bukowski, Chuck Palahniuk o Raymond Carver.
Tanto el movimiento en sí como sus máximos representantes se vieron embebidos en muchas críticas y problemáticas, algunos haciendo más méritos que otros, derivadas estas críticas de la supuesta «sencillez» del género debido a esa escritura realmente directa, probablemente sin filtro, que busca no distorsionar de ninguna manera la realidad. Es fácil pensar que por el hecho de no mostrar esfuerzos lingüísticos exacerbados la creación de obras del estilo es asequible, sin embargo, el talento necesario para poder expresar con poco, tantas cosas, no es algo que se adquiera con el estudio. Quizás no todo es cuestión de verborrea lingüística y haga falta algo de carácter… ¿no?
El realismo sucio, en efecto, suele ser sucio, lo que no suele ser es realismo. Está muy ficcionado y a menúdo «mitificado»
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